sábado, 25 de enero de 2014

La odisea de los marinos del Giralda

ALSE - España y la Guerra :: Anecdotario

Una de las grandes estrategias marítimas que se desarrollaron durante la guerra fue la del control de los mares utilizando submarinos. El frente en el mar, como en tantas otras guerras del pasado, no sólo se limitaba a las luchas entre las Armadas de los países beligerantes, sino que también se extendía al control de los buques que transportaban mercancías necesarias para el porvenir de la guerra. España, como ya sabemos, mantenía formalmente una posición neutral, por lo que sus buques, en principio, no estaban en el punto de mira, pese a que el despliegue de los submarinos de la Kaiserliche Marine por toda la fachada atlántica y el Mediterráneo fue muy notable durante toda la guerra.

Los barcos españoles, si bien se vieron durante los primeros meses de conflicto envueltos en conflictos aislados con la Armada alemana, no fueron perseguidos de forma muy destacable. Pero por desgracia para la marinería española, los barcos mercantes no tardaron en caer bajo la sospecha de que en realidad se dedicaban al contrabando de mercancías con Francia e Inglaterra.

En los primeros días del otoño de 1917, el bloqueo marítimo se hizo más potente, y tras varios incidentes, se produjo el hundimiento del vapor San Fulgencio, torpedeado por un submarino alemán. Aquel episodio, si bien no había sido el primero, fue la gota que colmó el vaso. Los sectores afectados por la pérdida de los buques y algunos periódicos españoles —particularmente los de tendencia aliadófila— exigieron una respuesta diplomática contundente. Pese a ello, las palabras de la Nota Oficial del Gobierno al Imperio alemán fueron muy moderadas.

Aquella protesta oficial no debió surtir demasiado efecto: a finales de año, cuando la opinión pública aún no se había olvidado del vapor San Fulgencio, comenzaron a llegar rumores a los periódicos de que otro vapor había sido torpedeado. Al día siguiente las sospechas se confirmaron: el vapor Giralda, un barco dedicado al comercio de cabotaje —aparentemente sólo por zonas españolas—, había sido atacado por un submarino alemán, cerca de la frontera portuguesa y gallega, sin que se produjeran desgracias personales.

La llegada de los marineros a Madrid a finales de enero despertó un fervoroso interés en la prensa. Dos periódicos madrileños consiguieron entrevistar al grupo, que relató su odisea. El Imparcial publicó una preciosa crónica de su encuentro con ellos:
 
Por haber intervenido más que ningún otro en el suceso, es el primer oficial, D. Enrique Laborde, quien contesta a nuestras preguntas.
-Como ustedes saben -dice-, el buque era propiedad de la Compañía Sevillana de Navegación a Vapor y estaba fletado últimamente por la Sociedad general de Carbones de Barcelona. Desplazaba 3.500 toneladas. Había salido de Huelva el día 23 cargado con 3.100 toneladas de manganeso, destinadas a Pasajes. De aquí iría en lastre hasta Gijón, donde pensábamos cargar carbón para Barcelona. Salimos, repito, el día 23 y navegamos sin novedad hasta el 25 a las dos y media de la tarde...
El Sr. Laborde, sevillano y joven, conserva, a pesar de sus viajes, todo el acento efusivo de la tierra. Al decir estas últimas palabras se detiene un momento y nos da a entender que el relato será de veras interesante. Por si no le habíamos comprendido, lo dice:
-Es una novela.
Y continúa:
-A las dos y media de la tarde avistamos un submarino. Nos encontrábamos entre Oporto y Viana do Castello; pero muy lejos de la costa, a unas 30 millas, y por lo tanto fuera, muy fuera de la zona de bloqueo. Para entrar en ella nos faltaban diez millas lo menos. En tales circunstancias, nada podíamos recelar del submarino y éste se convirtió en un espectáculo. Pero...
De pronto escuchamos el ruido de un cañonazo. Aun no creíamos que fuésemos nosotros quienes lo motivaban. Mas, por si acaso, el capitán mandó parar la máquina...
-¿A qué distancia de ustedes estaba el submarino?
-A unas cuatro millas. Pronto divisamos en él algunas banderas de señales. Pero con lo lejos que nos encontrábamos no podíamos distinguirlas. Para vencer esta dificultad, el capitán dió orden de acercarse al submarino. Y no bien el buque comenzó a moverse, he aquí que un nuevo disparo le obliga a parar...
Uno de los tripulantes del «Giralda» interrumpe al narrador:
-Dile a estos señores que los disparos eran con bala.
-Sí, en efecto... Nos disparaban balas...
-¿Cómo lo saben ustedes?
-Por el ruido, por la montaña de agua que levantaban al caer al costado del buque... Una pasó sobre nosotros, casi rozando el puente...
-¿De modo que tiraban a dar?
-Y con una puntería maravillosa. Afortunadamente, la mucha marejada no permitía afinarla. Como les digo, nos dispararon un segundo cañonazo y, ante esto, el capitán ordenó que se preparase el bote pequeño y que yo fuese al submarino con la documentación. Mientras esto se disponía, por medio de las banderas del Código Internacional dijimos al submarino: «Sus señales son ininteligibles.» Creíamos que así comprenderían la razón por la cual habíamos intentado antes acercarnos a él y luego preparábamos un bote...
-¿Y no?
-Durante unos segundos nada ocurrió de nuevo. Pero el barco, parado, afrontando de través el mar fuerte, daba unos bandazos terribles que lo ponían en peligro. Entonces el capitán volvió a dar la voz de «avante», ya no para acercarse al submarino, sino con objeto de hacer proa al mar... Y en este momento otro cañonazo atruena los aires y otra bala viene a caer al costado del buque.
-¿Estaba ya arriado el bote?
-No, señor. El mar dificultaba enormemente la operación. Mas, al fin, y después de grandes trabajos, conseguimos arriarlo. Y no bien tocaba el agua con su quilla, suena otro cañonazo...
Embarqué, no obstante, y allá partimos. Me acompañaban cuatro marineros de a bordo.
-¿Qué documentos llevaba usted?
-El rol, la lista negativa del pasaje, la patente de Sanidad, la factura de la Aduana de cabotaje respecto al cargamento y el manifiesto de embarque de la mercancía consignada a los señores Viuda y Sobrino de Manuel Cámara, en Pasajes. Ya les ha dicho que desde el «Giralda» al submarino la distancia era grande. Para un bote pequeño la navegación podía ser peligrosa, y el capitán creyó prudente seguirlo a distancia. Pero no bien se hubo movido un poco...
-¿Le dispararon otro cañonazo?
-Sí, señor. El «Giralda» tuvo que detenerse, tuvo que abandonarnos. Se limitó tan sólo a decir al submarino por medio del telégrafo de banderas: «Un bote va hacia usted»... Pero entonces ocurrió una cosa realmente muy extraña. A medida que el bote se aproximaba al submarino pudimos ver que éste se alejaba. Se alejaba de tal modo, que me detuvo. El «Giralda» lo advirtió y se puso en movimiento hacia nosotros.
El submarino lo disparó entonces otro cañonazo...
-¿Fué ese el último?
-Sí señor. El «Giralda» se detuvo y el submarino también, como esperándome. Después de una navegación realmente difícil, penosa y larga, llego al submarino...
-¿Qué cifra tenía?
-Ninguna. Yo, al menos, no la he visto. Vi tan sólo, sobre cubierta, unos 50 hombres. Desde lejos saludé y por señas pedí permiso para acercarme. Por señas se me dijo que podía hacerlo... Los submarinos, como ustedes saben, tienen la forma de un cigarro puro, sobre el cual hay una parte plana de donde se alza la torre. Ahí estaba la tripulación, con la cual, durante un rato, hablé desde fuera...
-¿Desde el bote?
-No, desde la parte curva del buque, agarrado a las cuerdas de la barandilla...
-¿Y en que idioma habló?
-Yo sólo sé el mío, el de España... Del submarino comenzaron por preguntarme si sabía inglés o francés. Y ante mis signos negativos se me acercó un marinero que hablaba algo de español.
Este marinero me pidió por orden del comandante los documentos de mi buque. Se los entregué y comenzó a revisarlos.
-¿Era joven el comandante?
-Representaba unos treinta y cinco años.
-¿Cómo vestía?
-Llevaba un uniforme de cuero, todo de cuero: el pantalón, la guerrera, la gorra [---texto no conservado---]; y en la gorra, sobre una especie de estandarte bordado en oro, veíase un botón dorado con el águila imperial... Si quieren más datos, les diré que el comandante es alto y grueso, con bigote rubio...
-¿Qué dijo respecto a los documentos?
-Sus primeras palabras fueron de extrañeza ante el nombre de Pasajes. Preguntó de dónde era ese sitio, y sus ojos me miraban como acusándome. Yo le dije que Pasajes era un puerto español muy conocido, muy importante, y él entonces pidió una carta marítima. Delante de mi estuvo examinándola, y cuando encontró en ella el puerto adonde íbamos supe por el marinero intérprete que le pareció demasiado próximo a Francia. Luego, el intérprete preguntó si el barco llevaba algo más que mineral.
-Nada, absolutamente...
Observé, sin embargo, que algunos marineros me miraban y se reían, moviendo la mano de arriba abajo, con el pulgar extendido. Yo entendí que me indicaban: «Usted se queda aquí, dentro del submarino.» Pero, no. Querían decirme algo más doloroso: que al buque, al «Giralda», nada lo salvaba ya del hundimiento... Mientras tanto, vi que del interior del submarino sacaban cartucheras de rifle y que unos marineros ponían en disposición de usarse unos rifles plegables pendientes de un cinturón. Trajeron, además, a cubierta hachas de abordaje y cajas que manejaban con gran cuidado y que, seguramente, contenían materias explosivas. Con todas estas cosas se equiparon ocho hombres, que inmediatamente quedaron rígidos, al mando de un oficial y en espera de órdenes. Al mismo tiempo, delante de cada uno de los cañones del buque colocaban tres balas.
-¿Cuántos eran los cañones?
-Cuatro; dos de doce centímetros, uno a popa y otro a proa, muy largos, de siete metros los menos, y dos de tiro rápido, uno en cada banda. Todos estaban completamente oxidados. Terminadas estas operaciones, el intérprete volvió a decirme:
-Vamos a reconocer el buque.
Y como el submarino comenzase a moverse me hicieron pasar a la cubierta, diciéndome que donde estaba me mojaría. Fui, al alivio de la especie de concha protectora hasta que el submarino, cerca ya del «Giralda», se detuvo, quedando paralelo a él y asestándole los cuatro cañones. Entonces, los ocho marineros armados y el oficial que mandaba esta fuerza se metieron en el bote del «Giralda», remolcado hasta allí por el submarino. En este momento me hicieron bajar por un escotillón al interior del buque.
-¿Le encerraron?
-Sí, pero no en un calabozo. Escuchen ustedes. Anduve un rato por un pasillo muy estrecho, al final del que estaba uno de los comedores. El comedor de maquinistas, según supe más tarde, y donde me dejaron.
-¿Cómo era ese comedor?
-Muy bonito. En general, el buque producía mala impresión. La gente toda estaba sucia, con sus trajes de rayadillo y de tela azul manchada de grasas. El pasillo no me pareció, ni mucho menos, un modelo de limpieza. Pero el comedor, repito, era una cosa agradable. Trátese de una habitación estrecha, tan estrecha que no tendrá más de un metro de ancho. Su longitud será de tres metros escasos. En medio se halla la mesa: una mesa cuadrada, de madera blanca barnizada, como el aparadorcito y las puertas. A un lado hay tres literas, y al otro un lavabo y un sofá embutido, de terciopelo rojo...
-¿Muy largo?
-Como para que pueda dormir en él una persona. Será otra cama, seguramente. Hay todavía allí un gran ventilador. La habitación está bien iluminada con luces eléctricas. Un detalle prosaico: sobre la puerta había una tablita, adonde asomaban unos cuantos tacones de botas muy sucios, muy llenos de barro...
-¿Estuvo usted allí mucho tiempo?
-Bastante.

Submarino alemán, modelo U-9

La entrevista continúa en la siguiente página de El Imparcial, por desgracia perdida en el ejemplar de la Hemeroteca. No obstante, podemos seguir el rastro de la historia a través de la entrevista que publicó el diario El País, centrada en la intervención alemana en el buque:

-Llegó el bote con los marineros alemanes al costado del «Giralda». Pregunté al oficial del submarino por el capitán, y al verle el marinero que hablaba español, gritó: 
-Capitán. Tiene diez minutos para arriar los botes. El buque va á ser hundido. 
Los ocho marineros comenzaron a correr por el «Giralda», empujando a la gente con malos modos, dando fuertes hachazos, rompiendo trincas y cuarteles y gritando continuamente: 
-¡No hay tiempo! 
La maniobra de arriar los botes era difícil, pues se trataba de dos embarcaciones de gran tamaño. El capitán quiso entrar en su camarote para recoger alguna ropa; pero fué bruscamente repelido por un marinero. Al primer maquinista, que pretendía cambiar la ropa de trabajo por otra mejor, le quitaron éste y lo empujaron hacia la cubierta en mangas de camisa. Ya repartidos en los botes, los 25 tripulantes que, exceptuándome á mí había en el buque. Se les hizo señas de acercarse al submarino. Los botes fueron después amarrados al costado de estribor de éste, el cual quedaba así entre ellos y el «Giralda». En tal momento el comandante del submarino me llamó y me dijo que podía ir á bordo á recoger mi equipaje. Me embarqué en el bote donde, con 12 marineros nuestros y tres alemanes, estaba el capitán de mi buque. Este, antes de subir, me recomendó que trajese de mi camarote una brújula y alguna ropa. 
-¿Y le dejaron? 
-No, señor. Me dijeron que fuese á mi camarote únicamente. Fuí. Al abrir la puerta me quedé frío viendo el cajón de la cómoda descerrajado. Allí, además de 30 duros, guardaba ya algunas alhajas, que para mí suponen mucho: un portamonedas y una petaca de plata, una leontina de oro, unos gemelos. Todo había desaparecido. Sobre la cómoda estaban los estuches con las tapas rotas, y sobre la cama un lío de ropa mía, ya hecho, dispuesto para que lo recogiese. Lo recogí y me alejé en el estado de ánimo que pueden ustedes figurarse... 
El capitán, al ver que regresaba sin la brújula, pidió al oficial alemán el favor de entregársela. «No podremos encontrar tierra sin ella». Y entonces nos arrojaron la peor de las tres que teníamos y que estaba escondida debajo de un sofá, en sitio donde muchos de nosotros no la hubiésemos encontrando... Volvimos hacia el submarino. 
Al poco rato aparece el bote pequeño con los oficiales alemanes. Como la marejada nos alzaba y nos hundía alternativamente, á intervalos veíamos sacar del bote todas nuestras cosas. El capitán pidió á gritos que no le hundiesen el buque, prometió regresar a Huelva. Nada... Momentos después oíamos una detonación horrible y el «Giralda» se hundió delante de nosotros en unos segundos. 
Llorando pedimos al comandante del submarino que nos remolcase, que nos acercase más á tierra. Tampoco esta súplica fue atendida. Lo único que hicieron fué darnos dos botellas de cognac, ¡de las nuestras, de las que nosotros llevábamos a bordo! El submarino soltó luego las amarras que nos ligaban á él y se alejó hacia el sur... 
-Y allí se quedaron ustedes. 
-Y allí nos quedamos, desamparados, en medio de un mar que nos comía. Y así estuvimos toda la noche hasta que al amanecer, gracias a unas bengalas providenciales encontradas en uno de los botes, pudimos hacer señas y ser recogidos por el «Cabo Menor», á cuyo capitán nunca le pagaremos lo que por nosotros ha hecho; pero en el cual nada tan digno de admiración como, en estos tiempos, acercarse al lugar donde brillan unas bengalas, y que tanto pueden temblar en manos de unos naúfragos como lucir en la torre de algún submarino.
 * Nota: no se ha alterado la ortografía original.


Sirvan estos preciosos fragmentos que relataron los marinos para ilustrar cómo algunos españoles vivieron la guerra en el mar y cómo, tras tres años de conflicto, los submarinos alemanes extremaron el celo en sus operaciones. No vamos a dirimir aquí si los marineros que viajaban a bordo del Giralda contaron la verdad a la prensa o en realidad se dedicaban al contrabando con Francia: poco importa. El objetivo de esta pequeña anécdota es ilustrar la forma en que se estaban desarrollando los acontecimientos entre finales de 1917 y 1918 en la cornisa atlántica, desde los ojos de ciudadanos españoles.

¿Le ha gustado la historia? Si tiene algún comentario, no dude en hacerlo.


Fuentes:

  • El Imparcial, 30-1-1918, «El torpedeo del vapor Giralda».
  • El País, 31-1-1918, «El hundimiento del Giralda».
 
IH - Enero 2014

2 comentarios :

  1. Excelente y apasionante cobertura de una historia de mar. Estos relatos de infinidad de hechos "menores" y casi desconocidos son una faceta de lo más humano de la guerra, más allá de las grandes políticas y estrategias.

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho. Al fin al cabo se trata de un familiar próximo, hablo del primer oficial Enrique La boborde abuelo de mi mujer.

    ResponderEliminar